El TERRENO DE LA LOMA

Poesía, narrativa, cuentos


Dicen que este 27 de agosto se podrán divisar dos lunas enormes en el cielo. El aviso llegó por correo electrónico de un crédulo ingenuo que no le basta una luna para tejer sus sueños, sino que quiere dos, brillando por entre los cerros, confundiendo a los peces con la brújula del sueño ya de por sí alterada cuando se filtra a través de la lisa superficie de ese espejo que es la bahía a medianoche y les esculca sin recato la intimidad de los arrecifes y las algas danzantes.
Cuando la Lulú supo la noticia en chinga alistó las lámparas de pilas, la cafetera de peltre y la talega de manta para colar café con la clara intención de arrellanarse en las poltronas del terreno y entre sorbos ruidosos de café de grano, divisar desde su mismo nacimiento el espectáculo aquél de dos enormes discos luminosos asomarse detrás del cerro de la Cacachila y desparramar su luz anaranjada sobre ese arenal de luces que es la ciudad dormida. En un mantel de tela de cuadros rojos encendidos acomodó con parsimonia un panguingui de tortillas de harina para dorarlas desde temprano en las brasas del asador, y así, alternar entre sorbos y masticadas, los suspiros que de seguro le arrancarán ese espejismo de plata opacando la luz de las estrellas.
Es un hoax,-le digo- un correo electrónico que se envía para sorprender a los incautos, una falsa alarma, una trampa por medio de la cual se desparraman virus en las computadoras, un ardid para apropiarse mediante cadenas interminables de la lista de contactos de aquéllos que abren los mensajes y luego los reenvían alarmados con la ansiedad de sorprender con la noticia a sus amistades electrónicas.
Se queda callada, envuelta en ese silencio con que me manifiesta que mi incredulidad a veces raya en lo profano, y entonces, como siempre, se sonríe, con esa media sonrisa con que me manda a la chingada.
-Imagínate- le digo- Marte está más allá del sol, lo leí en internet, y la luna ya llenó el día seis, ni modo que haya dos lunas llenas en agosto, y habrá luna llena otra vez hasta el cuatro del mes que viene. Ahora, imagínate- le repito con ínfulas de científico trasnochado- que de puñete, de un día para otro, sin que se hubiera divisado siquiera, el planeta Marte apareciera igual de grande que la luna, a un lado quizá, o tal vez primero una y luego el otro o viceversa, así de repente, como si alguien lo hubiese jalado desde los cincuenta y tantos millones de kilómetros en que se encontraba en la víspera y lo colocarán allí, cerquita, de manera que pudiésemos ver sus cráteres rojos, e imaginarnos, al contemplarlo embelesados, que también tiene la misma sonrisa de la luna…
Me detengo un poco, como fingiendo que leo un mensaje en la computadora, pero con el rabillo del ojo, atisbo algún gesto de la Lulú que me dé señales de convencimiento; que me dé alguna idea de que en el fondo me admira por lo chingón que a veces soy cuando yo quiero, pero nada, sigue metiendo en un recipiente de plástico un trozo congelado de frijol refrito para untarle a las tortillas tatemadas, y luego acomoda un par de mangos de San Bartolo que servirán de postre mientras aquellos mellizos siderales pasarán por encima de la loma.
-¿Te imaginas?- y mi voz se vuelve solemne, cavernosa, como para causarle miedo cuando menos- querrá decir que a esa velocidad con que Marte apareciera, no tardaría mucho en pegarse en la madre con nosotros, con la Tierra, pues, trayéndose de corbata a la luna en ese viaje suicida y sorprendente.
Como si le hubiese dado hambre en vez de miedo, la Lulú pone a un lado de los mangos una bolsita con guayabate y un pedazo de queso chillón, por si llegan visitas, y luego busca el repelente de mosquitos por aquello de que ahora anden más alborotados que nunca pues quizá presientan, como a la lluvia las hormigas, aquél fenómeno celeste.
Luego trae del patio trasero una hielera de unicel y va colocando con la parsimonia de siempre los mangos, el frijol, el queso, el guayabate, su inseparable bilai de toronja y me deja espacio suficiente para un ochito retacado de hielo.
-Aunque a las tres de la madrugada, dicen, Marte saldrá por el horizonte en dirección este, junto con la enorme estrella roja Aldebarán. Las dos luces rojas, ubicadas una al lado de la otra, parecerán dos misteriosos ojos que no parpadean siquiera en lo más oscuro de la noche- le digo, ya con mi voz domada, pensando más en la ruta que deberé seguir para comprar la cheve que en convencer a la Lulú de mis conocimientos astronómicos- pero de que habrá dos lunas en el cielo, te lo digo de una vez, no habrá ni madres.
-Me vale madres- me dice, hasta entonces, imaginándose ya huir de este sopor que se pasea por las calles de esta ciudad quemándose y sentarse, en la frescura montaraz de las seis de la tarde, a nada, sólo a desparramar su mirada por la loma que empieza a oscurecerse- Me vale madres, repite, si no salen dos, con una que salga es suficiente.

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