El TERRENO DE LA LOMA

Poesía, narrativa, cuentos


El huracán Patricia torció su camino hacia el Pacífico y se fue diluyendo poco a poco hasta desaparecer de los mapas hidrológicos como pequeñas volutas de algodón sobre un cielo limpio y despejado; pero tan sólo a una semana, la Tormenta Rick se transformó en un gigantesco huracán frente a las costas de Oaxaca y comenzó a dirigirse a paso acelerado hacia nosotros, pero con la intención de virar hacia el lado contrario que el de su predecesor, es decir, a pegarnos de lleno.
-Lo bueno que es el último- murmuró la Lulú, espulgando las hojas de los almendros para ver si de tanta humedad alguna plaga se había asentado en las nervaduras de los brotes más nuevos; enseguida, con la misma parsimonia de siempre siguió por todo el terreno revisando el tallo de las palmas arecas y la cascada verde de las malamadre que complacidas ayudaban a enraizar a sus pequeños vástagos sobre el terreno pedregoso; luego siguió revisando los abanicos de las palmeras wachintonas y la de los jacalosuchos encorvados, y la fronda de los laureles negros, y la de los nims temblorosos; y así hubiera seguido para siempre, empecinada en esa tarea minuciosa de no haber sido porque las aguas primerizas de ese nuevo chubasco empezaron a caer sobre la loma, harta de tanta humedad y tanta lluvia y la obligaron a refugiarse bajo el cobertizo de carrizos.
-Vino mi hermano- le dije, con mi voz opacada por el estruendo de la lluvia- me dijo que había leído la historia del globo y que había retrocedido el tiempo a través de ese nudo en la garganta. Luego me dio este sobre.
-Lo escribiste en el 2002 en un periódico- comentó.
Lo abro y entonces recuerdo claramente. Adentro, protegido por una bolsa de plástico arrugada, había un recorte periodístico.
“Tavito. Parece que todo el mundo ha decidido pasar frente a tu casa. Quiere llamar tu atención con su algarabía acostumbrada. Quiere que le sonrías, que te fijes en él, que veas sus piruetas al pasar, que escuches sus faramallas y sus pregones y sus ruidos de siempre y te dignes mirarlo, aunque sea un momento. Pasa tocando cláxones y sirenas y adrede abre escapes y eleva el volumen de un estéreo tocando a José Alfredo. Pasa el mundo, con el tropel de gritos y de risas de niños como tú, que te ven de reojo y no entienden, Tavito, todavía, el porqué los miras sin mirarlos; el porqué prefieres concentrarte en los cinco dedos de tu mano que te acercas, pegadito a los ojos, y en la pequeña palma de esa mano en la cual no existe ninguna línea que nos adelante qué vas a ser de grande.
Pasa el mundo pidiéndote perdón, con su mirada cabizbaja, arrastrando pies de hombres y mujeres viejos que caminan sin dirección alguna, sólo para pasearse por la poquita vida que les queda. Pasa, ciego de llorar de arrepentimiento, agitando su bastón en un eterna búsqueda por evadir ese profundo y oscuro pozo que no está enfrente suyo sino adentro.
Tavito. A tu madre no le gusta que te digan así, y te llama con nombre de hombre grande para que nadie sepa de esa confusa mezcla de amor y miedo de siempre verte niño que a veces le duele como espina. Ella habla contigo por las tardes, para hablarse a sí misa y dejar de asombrarse de ese amor distinto que empezó a sentir por ti después de aquél primer mes en que arribaste al mundo. Ella te susurra una canción para espantarte el miedo cuando dejas de brincar en tu bonlli para mirar a un mundo que nadie mira como tú, y lloras, con ese llanto desolado, mordiéndote los nudillos de tus dedos hasta casi sangrarlos, para ver si con ese ingenuo sacrificio, por tus pequeñas heridas se escapa el virus que te asaltó la vida, cuando apenas habías decidido abrir los ojos para decirles a todos que llegabas.
Llega tu padre y a distancia presientes su olor y su presencia. Estiras tus pies y te levantas sólo unos instantes para después dejar tu cuerpo de tres años sobre aquel bonlli resignado. Llega tu padre y tus ojos cambian y destellan y en esa luz profunda tu padre se despeña desnudo de los trajines de la vida, limpio de toda suciedad, de esa que se le va pegando a uno cuando transita el día. Contigo tu padre retrocede el tiempo; vuelve a ser niño igual que tú, y te habla en una jeringonza que entiendes perfectamente, porque no es la hilazón de las palabras lo que importa, sino la claridad del sentimiento.
Duermes, Tavito, con esa límpida paz que es no sentir miedo a la vida, con la ingenua ignorancia de temer hacerse viejo, con un futuro más luminoso que el resto de todos los humanos. Lucharás igual que todos, y mientras otros avancen corriendo por el mundo, tus triunfos serán dar un paso nuevo cada día y a tu modo, tu también pelearás como ellos, con tus propios monstruos y dragones y seguro, que con tu sonrisa entrecortada nos dirás a todos que en esa batalla saliste victorioso”
Con sumo cuidado doblé el recorte periodístico. Lo guardo en su sobre de plástico y luego busco la cara de Lulú. Ella entrecierra los ojos, como esforzándose por ver a lo lejos, la ciudad que apenas se divisa tras la cortina de la lluvia.

Imagen:de José Emilio Moreno Romero en http://www.artelista.com/obra/2635466626593004-laninadurmiendoiii.html

Haz click en el número para ver países visitantes
Estadisticas blog
El tiempo en La Paz
Mira mi cuaderno de Poemas http://fortegawin.blogspot.com/

Seguidores

Mi lista de blogs